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miércoles, 16 de junio de 2010

LA PERLA DE "MI POBRE ANGELITO"


Quienes sobrepasamos los 20 años de edad debemos de recordar esta película con mucho cariño o desprecio, pero nadie puede decir que no ha visto “Mi pobre angelito”. Al menos, una vez en nuestra vida la hemos de haber observado. Podremos haberla visto en el cine cuando la misma se proyectaba en las salas, algunos otros habrán recurrido a alquilarla en el video club amigo en aquellos años 90 donde nos invadieron los VHS y las tiendas ponían a nuestra disposición miles de títulos. Videoclubes y canchas de paddle aparecían uno tras otro en nuestras ciudades, pueblos y barrios. Hoy los tiempos son otros; el paddle y los videoclubes se extinguen dejándonos escapar una sonrisa nostálgica.

Los más jóvenes lectores, seguramente la habrán visto en una de las millones de repeticiones que los servicios de televisión paga nos ofrecen día tras día (sin duda el ranking de películas repetidas lo encabeza “Corazón Valiente”).

Pero este articulo tiene como fin el análisis de aquella película, pues dentro de ella hay una perla a la que muy pocos hemos prestado atención, creo yo. He encontrado en ella una lección de vida que jamás olvidaré y mi objetivo es compartirla.

Usted pensará que tal vez lo destacable del filme sea la valentía con que aquel mocoso cuida su casa. Loable actitud por cierto, pero no me refiero a ella.

Podrá usted también imaginar que la enseñanza que nos deja es que más allá de que a veces nos cansamos de nuestras familias y por momentos deseamos que desaparezcan, como lo hizo aquel pícaro muchachito, nuestras parentelas son hermosas, aun llenas de defectos. Bellaenseñanza también, pero una vez más le debo advertir que no es lo que estoy buscando exponer. Así que sin más vueltas pasaré a describir la maravillosa enseñanza que dejo, con la misma fuerza que lo hubiera hecho el mejor de los filósofos.

En una escena el sabio muchacho comenta a un mayor la siguiente vivencia:

“Cuando era pequeño me regalaron unos patines que me gustaban tanto que no me animaba ni quería usarlos por miedo a que se arruinaran. Los guarde por años y los cuidaba y no los usaba. Un día, después de muchos años decidí usarlos y cuando me los fui a probar los mismo me quedaban chicos porque ya me había crecido el pie y no me iban mas”.

Esta pequeña anécdota me ha dejado las siguientes enseñanzas de por vida y las enumerare:

1) Que hay que estar atento a los niños; suelen enseñarnos mucho más que los adultos.

2) Que la vida es el ahora, el presente, el hoy.

3) Que lo material carece de muy poco valor por si mismo, en todo caso le dará valor el uso que nosotros le imprimamos y las vivencias que tengamos con ese objeto.

4) Que no debo subestimar a las denominadas películas pochocleras, se pueden encontrar grandes perlas dentro de ellas.

5) Que a las películas, como el resto del mundo que me rodea lo puedo ver del color que yo desee, si quiero ver todo negro voy a ver todo negro, si quiero ver todo blanco pues así lo veré, y si quiero ver una paleta infinita de colores así será. La vida tiene el color que uno quiera que tenga.

6) Que citar esta escena me ha ayudado más de una vez para incitar a alguien o a mí mismo a no tener miedo. Y también, debo confesar que la he usado con el fin de intentar mostrar mi lado tierno a algunas de las bellas mujeres que pueblan nuestro globo. Creo firmemente en su resultado,

7) Que en lo más simple esta lo que necesitamos, sin necesidad de ser tan complejos.

Podría seguir enumerando infinidades de enseñanzas que encuentro en esa simplemente maravillosa escena, porque creo que de ella podemos sacar infinidad de conclusiones. Pero los editores de esta revista me han puesto un tope máximo de palabras y quiero dejar espacio en la edición para mis otros compañeros de letras. Y además creo que el trabajo ya esta hecho y la reflexión de ahora en más corre por cuenta del lector


Autor: Santiago Allende

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